miércoles, 25 de abril de 2012

TEORIA DE LAS FORMACIONES ESPACIALES: UN APORTE METODOLOGICO

                      Horacio A. Sormani 
                                                    

1.-- PRESENTACION.

                                                         Este trabajo intenta sintetizar el resultado de una reflexión teórica que fuera decantándose durante los últimos años de mi labor académica en el ámbito de la universidad argentina. Ella reconoce distintas vertientes: por un lado, una creciente insatisfacción hacia algunas “teorías” que han prevalecido en los medios universitarios, frecuentemente importadas y difundidas a-críticamente, para salir del paso o, lo que es aún peor, que pasaron a ser sacralizadas en el terreno ideológico y difundidas por todos los sectores de la sociedad, inclusive a través     de los medios de comunicación. En segundo lugar,  el reconocimiento de que en el presente estadio del desarrollo capitalista, la influencia de sus determinaciones sobre las formaciones sociales periféricas no solo se expresa  en particulares relaciones económicas, sociales o políticas, sino que trae aparejada una exacerbación del carácter desigual y combinado que se manifiesta en formas de organización del espacio muy peculiares que difieren frecuentemente de los modelos tradicionales.
                                                         Este tipo de desarrollo se extiende y ahonda, generalizándose, no solo entre los países sino en el interior de cada país dentro de los sectores productivos, entre la agricultura y la industria, entre los diferentes asentamientos humanos, entre las regiones y en el seno de las clases sociales, limitando desde el interior de las formaciones sociales periféricas las posibilidades de su crecimiento dentro del marco impuesto por el modo de producción capitalista. A este respecto, las evidencias que proporcionan casi todos los países latinoamericanos, la Argentina entre ellos, son indudable y necesariamente el principal estímulo para emprender una reflexión comoeventualmente  la presente que pueda servir de instrumento para la interpretación de esta realidad.

                                                         Resulta cada vez más evidente la necesidad de contar con una teoría de las estructuras territoriales que supere las limitaciones propias de las ciencias particulares que, tangencialmente, han incorporado a su terreno específico elementos espaciales. Creemos que es preciso revitalizar la ciencia geográfica, embretada en su propio dualismo, que la ha mantenido apartada de la familia de las ciencias sociales, y contribuir a recuperar para ella su objeto propio de análisis: el espacio.

                                                         Sin pretender ahora abocarnos a una “arqueología del saber espacial”, lejos de nuestras pretensiones y de nuestra capacidad, trataremos de pasar revista a algunas nociones tradicionales de espacio, principalmente geográficas, así como de otros conceptos vinculados a él, a los efectos de plantear nuestra propia perspectiva para  tratar de justificar, finalmente, la utilización del concepto de formación espacial como una totalidad que exprese la forma en que, en cada momento histórico, la sociedad humana ha logrado transformar la naturaleza.

2.- LAS NOCIONES TRADICIONALES DE ESPACIO.

                                                         Una primera noción es aquella consagrada por la geografía tradicional y denota el medio físico en el cual la comunidad humana vive y se desarrolla. Desde este punto de vista, el espacio representa la corteza terrestre en toda su compleja variedad de elementos físicos cuyo estudio constituyó, desde los albores de la geografía científica, el tema central de investigación, desembocando en una disciplina particular integrada por múltiples puntos de vista: la geografía física. La tendencia a considerar el espacio solo como un ambiente natural y privilegiarlo en sus relaciones con la sociedad humana se consagra en la obra de Friedrich Ratzel (1844-1904)  forjador de la idea del Lebensraum (1901) y del Darwinismo Social,  e iniciador de la geopolítica (1). Su concepción fué llevada por sus discípulos hacia un completo determinismo del medio ambiente.

                                                         Algunas porciones de este espacio asumen rasgos propios y pueden ser concebidas como “paisaje”, es decir, como “una combinación de hechos físicos y humanos que da a un territorio una fisonomía propia, que han configurado un conjunto, si no uniforme, al menos caracterizado por la repetición habitual de ciertos hechos (2).  El reconocer que sobre la superficie de la tierra se halla asentada la especie humana presentando determinados arreglos y asociaciones característicos cuyo estudio en relación al medio natural resulta ineludible, abrió una nueva vía epistemológica a la geografía. La crítica del determinismo introdujo en el proceso de identificación del objeto propio de la geografía como ciencia, la cuestión de las posibilidades, convirtiendo a los procesos de valorización del espacio por parte de los individuos en el terreno central de investigación. “El objeto de la Geografía ya no es entonces la influencia del suelo sobre el hombre, ni tan solo las relaciones entre el hombre y la naturaleza, sino más bien las diversas elecciones de un medio efectuadas por el hombre”(3). La noción de paisaje expresa la reconstrucción a través de la subjetividad del investigador de la significación de estas elecciones a partir de rastros y formulaciones concretas que los hombres han dejado en ellas en el curso de la organización de tal o cual parte del planeta.

                                                         A pesar de todo es evidente, aún en el discurso blancheano, que a la geografía no le interesó más que el estudio de ciertos hechos físicos que ocurren en el espacio, aunque puedan ser o hayan sido afectados por la práctica humana. De alguna manera, la propuesta de la geografía humana (4) implica solamente realizar el análisis a través del hombre y, lo que es aún peor, al introducir explícitamente el aspecto “humano” en el discurso, aunque representado por sus aspectos cuantitativos (demográficos), se consagra un dualismo físico-humano que resulta irreductible en la geografía tradicional. Este rasgo la ha caracterizado hasta el presente al permanecer abierta la brecha entre la geografía física y la geografía humana. Recién en los últimos años van apareciendo tendencias nuevas, aunque fragmentarias, que intentan liberarse de la herencia tradicional en momentos en que la preocupación por integrar una dimensión espacial a los estudios sociales es ya frecuente en el terreno de otras ciencias como la economía, la sociología o la antropología.
                                                         La adherencia al espacio natural, sea enderezada hacia el determinismo o hacia el posibilismo y la preocupación por los conjuntos concretos llevó a la geografía humana a acentuar algunos rasgos de las relaciones entre el ser humano y su entorno, perceptibles sobre todo en aquellas áreas en las cuales el medio natural juega un papel destacado: el ámbito agrario. Posteriormente, la influencia de los fenómenos de metropolización y los bruscos cambios que se produjeron en el proceso de desenvolvimiento de las fuerzas productivas, acentuando el desarrollo desigual de las ciudades y del campo, trajo como consecuencia un cierto deterioro de algunas ideas subyacentes en esta disciplina, como la de inercia geográfica y la importancia de la división del espacio en regiones más o menos estables.

                                                         Si dejamos de lado las concepciones todavía tradicionales de la geografía económica entendida como “el estudio de la acción recíproca entre el aspecto físico terrestre y su contenido con el hombre economizante” (5) para asumir que su objeto es “la acción estructuradora del hombre sobre la superficie terrestre para adecuarla a sus finalidades económicas” (6) lo cierto es que el estudio de los flujos de mercancías, de personas y de comunicaciones ha llevado a otorgar al concepto de espacio un significado diferente al geonómico, para integrarse en análisis llevados a niveles de abstracción superiores (escuelas francesa, alemana y norteamericana de economía espacial).  De este modo, el concepto de espacio pierde su cualidad concreta para asumir los caracteres de un concepto abstracto y universal, asociado al de conjunto. Se trata de algo que componemos, puesto que relacionamos cierto número de localizaciones que reconocen un carácter funcional con un mismo sujeto social (económico). Los lugares   económicos de Johann Heinrich von Thünen (1783-1850) y de los economistas posteriores, son dominios dotados de condiciones de homogeneidad específica sobre los cuales ciertas relaciones humanas se ven condicionadas por la distancia, susceptible de medición o valorización económica. Al segregarlos de los “lugares naturales” se consagra una nueva forma de dualismo que desdeña considerar a estos pares antinómicos como una manifestación concreta de las condiciones objetivas en que se desarrolla la práctica humana en el espacio. Esto es válido también para aquellas disciplinas sociales de fuerte tendencia mecanicista como la llamada “física social” derivada de los trabajos de H.C. Carey y que se continúa con E.G. Ravenstein, E.C. Young y, sobre todo de J.Q. Stewart y de G.K. Zipf.(7). En estos casos el espacio, considerado como distancia, se presenta afectando ciertos comportamientos masivos como los de “interacción”entre asentamientos humanos.

                                                         La ecología, sobre todo la llamada ecología humana, parece haberse apropiado del campo específico de la geografía humana, atribuyendo las expresiones espaciales de la práctica social al resultado de la evolución y constante adaptación del hombre a su habitat. Creo posible coincidir con Manuel Castells cuando reacciona contra esas tendencias sosteniendo que “el organicismo evolucionista heredado de Spencer, es lo que está en la base de la ecología humana, y la psicosociología encubierta por Parsons como sociología de los valores, lo que influencia directamente los análisis culturalistas, y es el historicismo de fuente weberiana, lo que influencia los temas voluntaristas de la creación del espacio”(8).
                                                        
                                                         Si dejamos de lado algunos autores y algunas tendencias francamente progresistas en este campo, lo cierto es que se muestra lábil a la penetración de ciertas nociones ideológicas. Así, cuando se bate el parche acerca de la “crisis ambiental” resulta que se están encubriendo aspectos relevantes de la realidad, como el hecho de quiénes generan esa supuesta crisis o quiénes la toleran o legitiman: los consorcios monopólicos y el poder político de algunos estados nacionales. Cuando se señala que los problemas de polución urbana o de congestión del tránsito poseen un origen casi natural y, por lo tanto, de difícil cuando no de imposible solución, solo debe entenderse, en  un discurso de este tipo, el supuesto implícito de “en las actuales condiciones de distribución del poder y la riqueza”, ya que toda descentralización de las actividades productivas ocasionarían un perjuicio para determinados grupos o clases sociales. La abundancia de espacio que puede alegarse como condición para la solución de estos problemas es solo aparente en este contexto pues el espacio nacional no es espacio a secas, no es espacio de la Nación, sino del capital (9).

                                                         Las múltiples nociones de espacio propuestas por aquellas disciplinas que, de uno u otro modo, se concentran sobre los aspectos fundamentales derivados de la práctica humana productiva no agotan el repertorio. Quedan aún algunas otras como el espacio de la geopolítica o de la geografía política que van desde el determinismo del medio natural sobre el proceso de formación y desarrollo de los estados nacionales hasta las vertientes más voluntaristas de la corriente “suelo y sangre” y del espacio vital que privilegia el papel del hombre ( o de la raza ?) sobre la expansión nacional y la apropiación del espacio universal (10). De un modo u otro, estas corrientes ponen sobre el tapete el hecho de que la geografía se desarrolló a la sombra del ejército y de que entre el discurso grográfico y el discurso estratégico hubo una permanente circulación de nociones, en la medida en que detrás de la investigación geográfica se escondían intenciones de conquista, de implantación de un poder, de administración de los territorios conquistados por el empleo violento de ese poder, es decir, por la guerra. Deliberadamente, también, dejaremos de lado toda mención a las nociones de espacio como ámbito de nuestra propia existencia humana, al espacio vivencial, y a sus múltiples concepciones, que solo agregarían nuevas dificultades a nuestra ya ceñida e incompleta síntesis.

                                                         A fin de extraer alguna conclusión provisional de esta rápida revisión podríamos detacar, en primer lugar, la evidencia de procesos de inversión del análisis en el desarrollo de algunas disciplinas científicas que tratan de incorporar el espacio al estudio de las relaciones humanas. En casi todos los casos, la resultante está caracterizada por un sesgo en favor del campo originario de la tentativa, una propensión a privilegiar,  sea  la influencia del medio físico sobre los procesos sociales, sea la importancia de las modificaciones que se producen en el universo social al margen de las determinaciones de la naturaleza. De este modo, la sociedad en un caso y la naturaleza en el otro, aparecen como un mero referente. Inevitablemente el análisis llevará hacia el determinismo del desarrollo social o caerá en expresiones voluntaristas.
                                                        
                                                         El discurso geográfico tradicional solo percibió la relación “hombre-medio” sin entender que los hombres no se relacionan unilateralmente con la naturaleza, sino socialmente y que, al concentrarse en el análisis de esta relación, se forjaba una dicotomía que perdura hasta nuestros días, confundiendo el carácter cualitativo del elemento “hombre” de la relación con su carácter cuantitativo. Esta dicotomía sirvió para extraviarla de su objeto natural de análisis: el espacio entendido como espacio social y, además, encubrir bajo el inocente manto de las descripciones geográficas su aspecto utilitario en la conducción de la guerra y el ejercicio del poder en todas sus formas (11).

                                                         Para colmo, en la mayor parte de los casos, la geografía ha seguido concibiendo el espacio como un objeto estático, congelado en el tiempo, ya que cuando se trata de incorporarlo, el producto resulta siempre fuertemente influenciado por el mecanicismo o por el evolucionismo. De modo que, o bien paga tributo a Kant, responsable de la segregación de las  “ciencias descriptivas” (entre las que quedó encuadrada la geografía) de las “ciencias de síntesis”, o bien paga tributo al positivismo clásico o moderno de la “New Geography”.

                                                         Por otra parte, también hemos señalado que aparece frecuentemente otra suerte de concepción dualista del espacio que lo concibe como medio ambiente natural y concreto con todas sus propiedades físicas inherentes al mismo o como espacio económico o social abstracto, teatro de operaciones de ciertas variables supuestamente claves. En un caso, la mera descripción de ciertos caracteres naturales impide utilizarlos en la producción de hipótesis relevantes; en el otro, se sacralizan en un modelo ciertos rasgos de la naturaleza, manteniéndolos en un plano abstracto sin que en ningún momento vuelvan a recobrar su carácter concreto, cambiante y contradictorio. En ningún caso se logran articular los distintos niveles de análisis que fueron originalmente segregados. En definitiva, o bien el espacio es solo naturaleza y el hombre aparece como un ser, entre otros, que vive en ella, o el espacio desaparece en el reduccionismo económico. En un caso o en el otro, el espacio solo está implícito,  y este “olvido” no es casual cuando se llega a la conclusión de que en la organización del espacio se ven reflejadas las relaciones de clase de la sociedad instalada en un determinado territorio, sea en el arreglo de los mismos objetos espaciales (catedrales, hospitales, cárceles, fábricas, viviendas, etc.) o en el conjunto de los mismos, desde las áreas residenciales urbanas hasta los usos del espacio agrícola, las redes de transporte y la estructura misma del espacio nacional.

3.- HACIA UNA NUEVA PERSPECTIVA DEL ESPACIO SOCIAL.

                                                         Recuperaremos para nuestra exposición el medio físico, natural, privilegiado por la geografía tradicional y reconozcamos que ese ambiente constituye el fundamento de la práctica humana productiva que es, al mismo tiempo, el modo en que los hombres manifiestan su vida. Sin duda alguna, “el modo como los hombres  producen sus medios de vida depende, ante todo, de la naturaleza misma de los medios de vida con que se encuentran y que se trata de reproducir.” Este modo de producción no debe considerarse solo en cuanto es la reproducción de la existencia física de los individuos. Es ya, más bien, “un determinado modo de vida de los mismos. Tal y como los individuos manifiestan su vida, así son. Lo que coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con lo que producen como con el modo como producen. Lo que los individuos son, depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción”(12).

                                                         Sin embargo, esa “primera naturaleza”, que se organiza conforme a ciertas normas históricamente mudables y de la que el hombre también forma parte, no interviene directamente en el complejo de relaciones sociales estructuradas en función de la producción material, sino en forma mediata, debido a que, desde los orígenes de la humanidad, dicho proceso productivo no solo constituye una relación entre el ser humano y la naturaleza (única que vislumbró la geografía tradicional) sino, básicamente y al mismo tiempo, una relación entre hombres. De tal modo, ya no puede suponerse que la naturaleza, o el ambiente natural, constituye el presupuesto de toda actividad humana, ya que aquella aparece siempre como materia social, apropiada como objeto de la producción material, mediada y transformada por la actividad humana social y, por lo tanto, tambien mudable y transformable presentemente y en el futuro. Los factores naturales no llegan a ser esenciales en tanto elementos constituyentes del mundo social, a menos que el hombre los incorpore al ámbito de su práctica productiva. Y es esta actividad humana la que les da ese carácter.

                                                         El hecho de haber desconocido esta segunda ronda de relaciones de carácter social y el hecho de que las relaciones entre los individuos y la naturaleza solo constituyen un aspecto de la totalidad que es la producción material, es lo que hizo perder a la geografía en un laberinto de cuestiones fútiles e irrelevantes. Su explícito reconocimiento es lo que permite considerarla como a una ciencia social cuyo verdadero objeto es este espacio social.

                                                         Sin embargo, el “entorno material que rodea (al hombre) no es algo directamente dado desde toda una eternidad y constantemente igual a sí mismo sino el producto de la industria y del estado social, en el sentido de que es un producto histórico, el resultado de la actividad de toda una serie de generaciones, cada una de las cuales se encarama sobre los hombros de la anterior, sigue desarrollando su industria y su intercambio y modifica su organización social con arreglo a las nuevas necesidades”(13). Así, por ejemplo, determinados elementos naturales como los mares o las tierras bajas,  han representado serios obstáculos para el ejercicio de la práctica humana en una época de temprano desarrollo de las fuerzas productivas, mientras que en la actualidad adquieren una significación totalmente diferente: se han convertido en vías de comunicación y en tierras de apropiación agropecuaria, industrial o residencial.

                                                         Desde este punto de vista, el ámbito de la sociedad humana, el espacio y el modo en que se organiza, denotan el carácter histórico que asume la naturaleza mediatizada por la actividad práctica del hombre y, como tal, constituye el fundamento obvio de esa actividad, pero también es su producto, producto material elaborado, modelado y organizado en función de esa actividad estructurada a partir de un conjunto de relaciones sociales dentro de las cuales se inserta, adquiriendo “una forma, una función, una significación social” (14). Es decir, el espacio social es tambien “una segunda naturaleza” integrada por todos aquellos objetos espaciales producidos por la sociedad para servir de soporte, ámbito, auxilio a sus actividades, como los talleres y oficinas, los caminos y los puentes. El espacio social es tambien un espacio producido en el mismo proceso que aquel destinado a generar la corriente de medios de subsistencia que la sociedad humana requiere para reproducirse como tal.

                                                         En definitiva, puede afirmarse que el fundamento último de toda teoría de la sociedad no consiste en ningún momento natural extra-histórico o extra-social, como el clima, la raza, la lucha por la existencia, las fuerzas humanas somáticas y síquicas, sino en una naturaleza históricamente modificada ya, o para decirlo con más precisión, en los desarrollos histórica y socialmente caracterizados de la producción material (15). Pero esta producción material requiere un cierto fundamento, un ámbito en el cual explayarse, condiciones que permitan asegurar su reproducción. Para ello la sociedad humana ha logrado transformar la naturaleza primigenia, socializarla y complementarla con nuevos elementos para configurar un determinado arreglo espacial que adquiere, en cada etapa histórica, un carácter diferente en el que se refleja el propio carácter de la sociedad que lo moldeó.

4.- EL ESPACIO Y LA PRODUCCION.

                                                         Ahora bien, si el espacio no es más que el producto de la actividad práctica del hombre enderezada hacia la producción material y representa las condiciones de inserción de la naturaleza en ese proceso, resulta que, para entender cómo se estructura históricamente, es preciso analizar, en cada caso, el carácter que asumen las relaciones de producción y, particularmente el estadio de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas que, en buena medida, tienen un origen natural. Si bien las relaciones de producción son, esencialmente “sociales”, el carácter natural de las fuerzas productivas puede hacernos pensar que la naturaleza reaparece determinando un modo de organización de las relaciones humanas cuando no hacen más que evidenciar el carácter dual de la producción material: en tanto relación técnico-natural entre el hombre y la naturaleza y como relación histórica planteada entre los propios hombres. Las fuerzas naturales solo llegan a ser fuerzas productivas cuando se integran en el marco de las relaciones sociales, cuando utilizadas por la sociedad organizada sirven a la producción y a la reproducción de la vida humana misma. El desenvolvimiento de las relaciones de producción acentúa crecientemente el carácter social de las fuerzas productivas, y a la explotación y utilización de las fuerzas puramente naturales se agregan condiciones esencialmente  sociales como las inherentes a la organización del trabajo social.

                                                         El desarrollo de las fuerzas productivas impulsa, a su vez, la división del trabajo en el seno de la sociedad y constituye un buen indicador del grado de adelanto de aquellas. La división del trabajo ha sufrido variaciones y diferenciaciones a partir de las formas primitivas de adscripción de diversos individuos a determinadas órbitas profesionales derivadas de razones puramente fisiológicas. Pero, de la misma manera que dentro  de la sociedad se evidencian formas de división del trabajo cada vez más complejas, se producen desarrollos diferenciados en función del medio natural y del tipo y grado de adelanto de las diversas comunidades localizadas en un dado territorio.

                                                         En general, la espontánea diversidad de las condiciones naturales opera del mismo modo que las distintas capacidades fisiológicas de los individuos para promover e impulsar, en un primer momento, la división del trabajo y representan un estímulo adicional para el desarrollo de las fuerzas productivas. Estas disparidades naturales fueron las determinantes del intercambio primitivo y tuvieron la virtud de ampliar los límites del espacio social al favorecer, consiguientemente, el aumento de sus necesidades y su nivel de satisfacción.

                                                         Pero la posibilidad del intercambio, cuando éste implica un desplazamiento de personas y bienes por la superficie terrestre también está condicionado por los elementos naturales que aparecen entorpeciendo o facilitanto tales movimientos, pero siempre exigiendo la utilización de diferentes dosis de energía humana y de medios materiales para llevarlos a cabo. El grado de adelanto de las fuerzas productivas determinará, finalmente, si un accidente geográfico o el simple desplazamiento por el territorio es o no viable y en qué condiciones.

                                                         Si la división del trabajo dentro de la sociedad tiende a asignar roles a diversos individuos dentro del proceso productivo, lo mismo ocurre en el plano territorial entre las diversas áreas y regiones, de modo que la producción material también se va diferenciando espacialmente. Así, la división social territorial del trabajo, constituye una forma específica, un momento de la división del trabajo dentro de la sociedad humana en su conjunto, acarreando no solo una especialización del proceso productivo sino una contradicción de intereses y, a veces,  un antagonismo entre diversos grupos y clases sociales y entre diferentes áreas y regiones.

                                                         Pero éste es solo un primer momento del proceso de diferenciación espacial de la sociedad ya que la división social territorial del trabajo lleva implícitas nuevas formas de diferenciación basadas en el intercambio y en la circulación de mercancías, incluído el capital, condicionadas por las características del desarrollo desigual de las fuerzas productivas, por el tipo de relaciones de producción dominantes y también por la naturaleza de los sistemas de dominación impuestos en la sociedad. Finalmente, el tipo de instituciones políticas, jurídicas e ideológicas imperantes, refuerzan, mantienen y convalidan el tipo de organización del espacio que emerge como resultado de ella.

                                                         Las cualidades del medio natural aportan también la base de sustentación para el proceso de sedentarización humana. Cuando diversas comunidades encuentran condiciones apropiadas para fijar su residencia de una manera más o menos permanente, ya que la existencia de alimentos y de otros medios aptos para satisfacer sus necesidades no obliga a sus miembros a desplazarse demasiado para procurárselos, se inicia el proceso de sedentarización. Estas “condiciones apropiadas” estarán dadas, tanto por los caracteres cualitativos o cuantitativos de los recursos naturales existentes en un sitio dado, como por el grado de desarrollo  que la comunidad haya logrado para poder utilizarlos en su provecho, circunstancia que permitirá la expansión y desarrollo de la comunidad misma.

                                                         En definitiva, serán las condiciones naturales originarias junto con las condiciones sociales históricamente logradas y apropiadas, las que permitirán a la comunidad asentarse, es decir, adaptar y recrear una cierta porción del territorio y organizar en él su habitat o asentamiento, que no es otra cosas que “la forma bajo la cual se cristaliza la vida sedentaria del hombre”(16).

                                                         El asentamiento humano es el producto del proceso de sedentarización del ser humano y se vincula estrechamente con su actividad productiva pero, al mismo tiempo, es también el resultado de la división social territorial del trabajo. Constituye una unidad dialéctica de relaciones humanas y naturales en la cual las condiciones generales del desarrollo social han dejado provisoriamente fijados ciertos caracteres específicos que pueden evidenciarse, en parte, por sus rasgos espaciales y, en parte, por la naturaleza de las relaciones sociales imperantes en el mismo.

                                                         Este concepto implica, necesariamente, la conjunción de un sitio, elejido por su aptitud para establecer una residencia permanente, con aquel otro sitio que brinda las mejores condiciones para el desarrollo de una actividad productiva. El trabajo, como práctica fundamental del hombre, se realiza usualmente de una manera más o menos regular y continua y, por ello, requiere que los individuos se establezcan a una distancia tal del lugar de trabajo que les permita reitegrarse a él diariamente. Es decir que, en términos generales, el asentamiento humano está determinado por el hecho de la producción material y por la localización asumida para su ejercicio. No se trata, pues, de un hecho físico, sino social y, por lo tanto, histórico, sujeto a las leyes que regulan el desenvolvimiento de la sociedad. Cambios cuantitativos que se operen en el curso de su desarrollo pueden traducirse en modificaciones cualitativas que afectarán su jerarquía, rol o condiciones de inserción en un esquema de división social territorial del trabajo, sin por ello alterar el hecho innegable de resultar un producto en permanente transformación del proceso de sedentarización humana. Por otra parte, si es evidente que la actividad productiva no constituye la única causa de la formación de asentamientos, lo esencial reside en el hecho que su origen no puede desvincularse de una dada función y que ésta involucra la necesidad de un trabajo, una actividad productiva material, realizada por individuos. Por lo tanto, el hecho de que algunos asentamientos tengan un origen no asociado directamente a alguna actividad productiva como los centros de peregrinación o las instalaciones militares, no invalida el principio que el asentamiento humano, por serlo, constituye un producto social históricamente determinado por la producción material y por la necesidad de su reproducción y de la reproducción de la sociedad humana en su conjunto.

                                                         En definitiva, el espacio, como contexto y resultado de la actividad práctica del hombre enderezada hacia la producción material, representa un momento en el proceso de socialización de la naturaleza pero no el único. En este momento de la producción, el más determinante, los factores naturales aparecen como sus condiciones originarias, incorporados al complejo de las fuerzas productivas;  la comunidad ejerce un control sobre este proceso  cuyo carácter queda expresado por las relaciones técnicas y sociales  de producción imperantes. El creciente desarrollo de la división del trabajo lleva implícito una consiguiente diferenciación espacial del proceso productivo que se expresa en la asignación de roles a las diferentes áreas y regiones y, además, refuerza y consagra el proceso de sedentarización humana que da lugar a la formación de asentamientos. El patrón que en cada etapa histórica asume la organización territorial de esos asentamientos constituye uno de los elementos de lo que en adelante designaremos como formación espacial. Por tal debe entenderse, no solo la estructura general de los asentamientos humanos dispersos o concentrados, sino también su estructura interna y la de cada uno de sus elementos más característicos: por ejemplo, la fábrica/taller, síntesis del conjunto de relaciones sociales propias del modo de producción capitalista, la “chacra”/explotación agrícola, síntesis de los rasgos comunes a la explotación mercantil simple, la“estancia”/explotación ganadera, unidad productiva típica del capitalismo agrario, etc.

5.- EL ESPACIO Y LA CIRCULACION.

                                                         Con la división social territorial del trabajo aparece la circulación y el cambio en el espacio. Las necesidades humanas, aún cuando ciertamente condicionadas por el ambiente natural, son relativamente indiferenciadas (17) mientras que la producción material, a medida que la división social del trabajo en el espacio se expande y ahonda, se especializa cada vez más. Por lo tanto, el cambio en general y el cambio a través del espacio, en particular, constituye el nexo necesario que vincula a uno y otro proceso.

                                                         Ahora bien, tanto la producción (y la distribución) como el cambio, cuyo objetivo final es la satisfacción de las necesidades, no constituyen procesos determinados autónomamente. Representan  articulaciones de una totalidad, diferenciaciones dentro de la unidad,  y poseen un momento espacial cuyo carácter estará determinado por el carácter de conjunto del modo de producción dominante. Nuevamente aquí, ciertos procesos naturales y sociales se presentan estrechamente imbricados para caracterizar otro aspecto de la práctica humana.

                                                         Por un lado, cuanto más amplia sea la extensión y profundidad que haya logrado el proceso de división del trabajo en el plano territorial, mayor será el volumen de los desplazamientos necesarios. Sin embargo, esta circunstancia puede verse compensada parcialmente por la concentración del capital y de las actividades productivas en ciertos lugares del espacio ya que, al crearse mercados más amplios e igualmente concentrados, se tenderán a reducir los desplazamientos. Al aumentar la importancia de la rama de los transportes y de las comunicaciones, debido a estos hechos, se convierten en un proceso productivo, en un nuevo sector de la producción dentro del proceso de circulación y para servir a ésta. Es evidente que el desarrollo de las fuerzas productivas en estos sectores permite ahorrar fuerza humana de trabajo, aún cuando la expansión de la división social territorial del trabajo dentro de los límites nacionales y en el plano internacional, actúa en sentido contrario.

                                                         Por otra parte, no importa si los cambios corresponden a un estadio histórico caracterizado por el cambio simple de mercancías o a uno generalizado, en el cual la circulación de éstas se corresponde a una circulación de dinero en sentido inverso, aspecto particular de la circulación en general. Lo cierto es que, en menor o mayor medida, tendrá una expresión espacial: el hecho del desplazamiento sobre una porción del territorio, aún cuando estos movimientos se operen dentro de un asentamiento relativamente concentrado, sea una ciudad o complejo fabril.

                                                         En este proceso de circulación de bienes y personas sobre la superficie terrestre, reaparece la naturaleza mediatizada y reconstruída como espacio, adaptada para servir a estos propósitos, pero de una manera distinta de como aparece en el momento de la producción. Se trata de un nuevo momento: el del cambio y circulación en el espacio, en el cual éste juega como soporte, pero también como lejanía, como distancia, imponiendo a los  desplazamientos lo que en términos contemporáneos se designa como una fricción. Este obstáculo puede asumir distintas características concretas en la medida en que no se trata simplemente de un espacio homogéneo, sino de un aspecto del medio natural sometido a las exigencias de la circulación que preserva algunas de sus propiedades originales de tipo topográfico, hidrográfico o geo-morfológico.

                                                         Si el desarrollo de las fuerzas productivas que queda indicado por el grado de división del trabajo imperante dentro de la sociedad, que impulsa la diferenciación espacial de la actividad humana, creando nuevos asentamientos con roles similares o distintos, más o menos alejados unos de los otros, el mismo proceso reintegra a este divorcio, a esta segregación, la posibilidad de superarlo, estrechando las distancias pero, también, favoreciendo el aumento de los desplazamientos.

                                                         En definitiva, el ser humano ha encontrado en ese gran laboratorio que es la tierra, las condiciones objetivas y subjetivas para establecer su residencia y desarrollar su actividad transformadora, creando así las bases materiales para la reproducción de su existencia y para el desenvolvimiento de la vida social en general. La variedad de condiciones del medio natural le ha permitido satisfacer un número creciente de necesidades a través de una progresiva diferenciación espacial de su actividad basada en la división del trabajo y en el cambio de sus productos.

                                                         Apoyado sobre estos factores, propios del medio natural, ha ido creando una compleja estructura de relaciones sociales que, en cada etapa histórica, fué determinando la forma en que la comunidad ha hecho uso del mismo, produciendo formas de organización del espacio adecuadas al proceso productivo. Estas formas evidenciables directa o indirectamente, como los asentamientos agrícolas, los centros de servicio, los bosques artificiales, etc. llevan implícito un cierto tipo de uso del espacio, una cierta asignación a porciones del espacio de determinadas actividades. Los usos del espacio se modifican históricamente aún cuando no siempre sea fácil reconocer esos cambios, ya que pueden poseer un carácter cualitativo, en función del grado de adelanto de las relaciones sociales imperantes que permitieron apropiar nuevas fuerzas productivas y utilizarlas provechosamente.

                                                         A medida en que esa diferenciación espacial de la actividad humana requirió que los diversos asentamientos entraran en contacto entre sí, se debió desarrollar otra compleja organización en la cual la naturaleza adquiere una nueva dimensión, como soporte pero tambien como escenario de las relaciones humanas inherentes al cambio y a la circulación de mercancías sobre el espacio y a otras formas de comunicación social. Se trataría, en cierto modo, de “una segunda naturaleza que asimila y digiere cada vez más a la otra”(18) pero que, sometida a la determinación de la sociedad humana, se explaya en nuevos atributos que también llevan adscriptos ciertos usos del espacio: los muelles, las autopistas, los aeródromos, etc.

                                                         Estas dos apariciones de la naturaleza en el seno de las relaciones sociales que permiten hablar de formas diferentes de arreglo y utilización del espacio no pueden ni deben separarse, pues constituyen momentos distintos de una misma unidad: la práctica humana en sentido general y la práctica en sentido específico.

6.- LOS MOMENTOS SUPERESTRUCTURALES.

                                                         Las distintas formas de organización o arreglo del espacio constituyen un producto histórico de la evolución humana y, en tanto tales, su estudio debe asociarse a los modos de organización de la sociedad que constituye su matriz. En ésta, es la actividad económica enderezada a la producción de bienes materiales, la que constituye la base que otorga coherencia y significado al edificio social y la que, por añadidura, representa el nexo más característico que vincula al hombre con la naturaleza. “Es la producción la que une en un todo de manera más firme...las pecualiaridades de las condiciones geográficas...el potencial natural...y las acumulaciones culturales del pasado y la que se halla más estrechamente ligada al territorio” (19). Por sobre la estructura económica de la sociedad, que es su fundamento y razón de ser, se eleva el edificio jurídico y político al que corresponden formas determinadas de la conciencia social: la superestructura de esa sociedad. Ella se constituye en un teatro diferente de la práctica humana en la cual se plantean relaciones de otro y complejo carácter. En ellas el espacio se convierte nuevamente en escenario de estas actividades vinculadas al ejercicio del poder, la administración del territorio, la difusión de mensajes, etc. y aparece involucrado en procesos de variada naturaleza como en la producción de obras de arte.

                                                         En un caso tiene que ver con la génesis de las formaciones económico-sociales, la correspondiente apropiación de una porción de la superficie terrestre y la consolidación de un dominio territorial cuyos recursos utiliza en su provecho y defiende por todos los medios posibles, incluídos la diplomacia y la guerra, con el propósito de mantener su usufructo, cuando no pretendiendo lograr la anexión de territorios ocupados por otras comunidades a fin de promover la expansión de sus propias fuerzas productivas.

                                                         Con otros atributos, pero siempre uno, el espacio importa en el plano de la administración y de la ejecución de acciones propias del Estado, como la orientación y promoción de la actividad económica, la regulación del abastecimiento y la asignación de recursos escasos, la satisfacción de las necesidades colectivas, la gestión directa de ciertos servicios públicos, cuando no la preservación de áreas naturales que, en casi todos los casos, redundan en una descomposición del espacio a los efectos de una mejor administración y contralor de estas actividades.

                                                         Pero el Estado tiene tambien a su cargo otras actividades como las inherentes al ejercicio de la violencia que van desde la guerra defensiva o de agresión hasta la represión interna, en las cuales el control y utilización del espacio adquiere otros rasgos. Aquí también, algunos elementos espaciales dan cuenta, por su organización interna, del carácter de la sociedad que los erigió y de las relaciones sociales subyacentes en ella: la cárcel, por ejemplo, en la cual se sintetizan elementos espaciales, jurídicos, políticos e ideológicos.

                                                         Participa  también el espacio para caracterizar y dar relieve a la lucha manifiesta de clases, tanto en el ámbito rural como en el urbano, cuando aquel pierde momentáneamente su contenido específico de albergue a la residencia de los individuos o recinto de su actividad productiva o intelectual y se convierte en teatro de operaciones de violentos enfrentamientos sociales. Si pasamos a los espacios más vastos que el nacional vemos también que son objeto de una organización cada vez más compleja, donde la puja por el control de los recursos naturales escasos y de los reservorios de mano de obra, da lugar a complejas estrategias elaboradas en los estados mayores políticos, militares o financieros, tendientes a su control o la regulación de los conflictos  que esas tendencias dan lugar.

                                                         Por último, reencontramos al espacio en nuevos momentos, como sujeto y como condicionante del proceso de elaboración de múltiples formas ideológicas, impresiones, formas de pensar, concepciones filosóficas y religiosas, y teorías científicas. Su presencia es clave en el ejercicio de la comunicación humana que,  a través del tiempo, evolucionara desde la emisión de la voz humana a la distancia, hasta los modernos y complejos medios de comunicación de masas que cubren la totalidad del planeta, así como zonas adyacentes al mismo.

                                                         Ya no se trata aquí del espacio como condición originaria, como naturaleza transformada para servir al proceso de la producción material, ni tampoco como lugar de paso de los flujos de mercancías y personas, pero sigue estando asociado a una práctica humana que le impone sus propias determinaciones y le exige una subordinación no siempre lograda sin conflicto. Estamos en presencia de un nuevo momento, superestructural esta vez, donde la naturaleza vuelve a manifestarse como espacio, adaptada a ciertas prácticas humanas pero, como tal, manteniéndose siempre uno y diverso.

7.- FORMACION SOCIAL Y FORMACION ESPACIAL.

                                                         A partir de la proposición general de que toda práctica humana se desarrolla sobre un espacio dado, que resulta obvia, es preciso insistir en el hecho de que ese espacio asume formas, disposiciones y arreglos particulares en cada caso, que dan cuenta de la naturaleza y especificidad histórica de los tipos de organización social imperantes que ordenan y legitiman esa práctica. En consecuencia, el estudio de las formas que asume la organización espacial de la sociedad, sea ésta relativamente espontánea o voluntariamente impuesta, debe necesariamente ligarse a las condiciones concretas del desenvolvimiento del modo de producción dominante dentro de una dada formación social. En definitiva, serán los cambios que se operen en ésta los que irán determinando las nuevas condiciones de utilización y modelado del espacio, el rol de cada uno de los asentamientos, la manera de interconectarse entre sí y, por último, la estructura interna de las diferentes regiones y del sistema nacional en su  conjunto.

                                                         Dicho de otro modo, debe suponerse que toda formación social, en el curso de su desarrollo desigual y contradictorio,  se relaciona con el medio natural sobre el cual se halla asentada y estas relaciones  se expresan en estructuras espaciales propias pero cambiantes. En cada etapa es posible identificar un territorio ocupado efectivamente por esa formación social al que denominamos dominio territorial de la misma y un patrón de usos del espacio que constituye su formación espacial. En este sentido, la formación social y la formación espacial configuran una unidad dialéctica, por lo tanto, mudable y contradictoria, que no hace más que denunciar las condiciones de desarrollo del proceso de humanización de la naturaleza. Este concepto nos servirá para denotar el modo en que, históricamente, el ser humano organiza su vida territorialmente y hace uso del espacio en función de los requerimientos de sus diferentes prácticas, sin perjuicio de admitir que aquella vinculada a la reproducción de su existencia material resulta la fundamental.

                                                          De esta manera, el concepto de formación espacial da cuenta de la racionalidad propia de cada modo de producción y del modo cambiante en que se articula con otros en el seno de las formaciones sociales históricas. Y esto es así, porque el proceso de la producción es, al mismo tiempo, un proceso de reproducción en el cual los diferentes ciclos se eslabonan unos con otros y en donde los sucedientes encuentran en los precedentes las condiciones necesarias para regenerarse. No importa si esta reproducción asume una forma simple o ampliada, baste con saber que el proceso productivo se reitera en el tiempo, continuamente. De no ser así, el espacio no llegaría a constituir una formación espacial, pues tendría una existencia efímera y no el carácter de algo construído. Pero, además, el proceso productivo es tambien un proceso de acumulación de bienes materiales que, en gran medida, adquieren la forma de objetos espaciales ( viviendas, talleres, canales, vías férreas, etc.).

                                                          La formación espacial adquiere  así su razón de ser en el proceso de la producción,  pues ella misma es tambien resultado de ese proceso. Hay, entonces, una “cotidianeidad espacial” en la medida en que hay asimismo una “cotidianeidad productiva” que constituye el sustento de la vida social y la condición de su desarrollo o la causa de su estancamiento. Pero en la medida en que la formación espacial es generada en el mismo proceso que la formación social existe una correspondencia básica y tambien necesaria entre una y otra , ya que, por un lado, la primera proporciona las “condiciones de  reproducción” y, por otro, la sociedad que es su matriz, le transfiere sus leyes de organización y desarrollo, le deja estampadas las evidencias de su historia.

                                                         No obstante, su existencia es refleja, ya que representa el continente de un contenido, de una sustancia: la porción de la sociedad humana que determinó su estructura. Por este motivo, no creemos oportuno asimilar el concepto de formación espacial al de sistema regional, estructura regional o formación regional (20) ya que, como veremos más adelante, la región es considerada como una porción territorial de la sociedad y, por lo tanto, forma y contenido a la vez, mientras que la formación espacial solo expresa una forma que debe, en todos los casos, asociarse a su correspondiente sustancia social.

                                                         Estas razones que invocamos también nos llevan a sostener que, sin perjuicio de apoyar el criterio por el cual en análisis de los espacios nacionales ( y el de las sociedades nacionales) debe llevarse al plano del recorte territorial en regiones, nos parece relevante proponer el concepto de formación espacial para informar sobre la dinámica de los usos del espacio a nivel regional, pero también a nivel sub-regional y local. Mal podríamos llamar región a un asentamiento concentrado de cualquier índole (quizás con excepción de algunas grandes aglomeraciones modernas) pero estamos seguros de poder precisar su formación espacial, que nos permitirá inducir tanto el carácter de la sociedad local que la ocupa, como los rasgos de conjunto de la sociedad nacional.

                                                         Esto nos obliga a precisar algo más el concepto de formación social que vinculamos insistentemente con el de formación espacial. Es evidente que en nuestro análisis partimos del modo de producción como referencial obligatorio en la medida en que éste establece una serie de relaciones básicas que transferirá a la sociedad concreta en la cual impera. Pero luego alteramos el nivel de abstracción para tratar de aprehender tanto las relaciones económicas de base como aquellas que operan a nivel de la superestructura, asociándola con el espacio en que se desarrollan y que, al hacerlo, contribuyen a fijar sus caracteres.

                                                         Tanto la base económica de una sociedad como su superestructura no interactúan en abstracto sino que se hallan delimitadas histórica y territorialmente, configurando una formación social histórica, producto del desarrollo de un dado modo de producción, pero que también denota las “entretejidas relaciones de clases según el desarrollo heredado y desigual de las fuerzas productivas”. Actualmente, estas formaciones sociales históricas asumen, en su mayor parte,  la forma de estados nacionales y su estructura interna nos habla tanto de su presente como de las especiales condiciones presentes en su génesis. En este sentido, siendo el modo de producción la esencia o razón de la historia real o teoría general de la estructura social, la formación social resulta la teoría de la particularidad de esa dada estructura social y, es pecisamente en ésta donde se pone de manifiesto lo específico de su organización social y donde resulta perceptible el reflejo espacial de la misma. 

                                                         En cuanto al concepto de dominio territorial, su significado es aún más simple y limitado: con un criterio superficial o extenso da cuenta de los límites efectivos dentro de los cuales una dada formación social ha establecido su asiento y ha organizado la vida colectiva, procediendo, eventualmente, a defenderlo. El estudio de sus modificaciones en el curso de la historia puede resultar interesante para precisar las distintas etapas de evolución de una formación social hasta el presente.

                                                         Al analizar las relaciones entre los conceptos de formación social y formación espacial, que denotan realidades distintas, es necesario evitar a toda costa caer en las trampas puestas por el determinismo, sea físico o social. Las fuerzas productivas y, por lo tanto, su desarrollo, no resultan de modificaciones autónomas del medio natural, en la medida en que no llegan a ser lo que son sino como consecuencia de la transformación y de la utilización de las fuerzas naturales que el hombre realiza o que, en suma, realiza la sociedad humana organizada. Al mismo tiempo, ésta tampoco consigue nunca desembarazarse de las limitaciones que le impone el medio natural, a pesar de que la historia parezca ser el teatro en el cual el ser humano va obteniendo progresivamente un mayor grado de libertad. Todas las áreas de poblamiento humano reflejan, a través de su formación espacial, esta contradicción entre su carácter natural e histórico; ambos planos de la realidad deben captarse en forma conjunta.

                                                         En definitiva, la actual estructura espacial de la sociedad o, dicho en otros términos, su formación espacial, no resulta espontáneamente del modo en que se organizan las relaciones sociales en términos del medio geográfico. Lo mismo que ocurre en el plano de las relaciones humanas, la formación espacial hereda formas y elementos del pasado que la comunidad adopta y recrea para adecuarlos a sus nuevas necesidades, o bien construye nuevos elementos que se integran funcionalmente con los existentes. Las formaciones espaciales asociadas a formaciones sociales dadas entran también en descomposición y se tornan obsoletas como consecuencia de la práctica revolucionaria de las masas que destruyen las relaciones que imperaban en un momento dado, pero algunos de sus elementos pueden no necesariamente desaparecer totalmente, sino que, a veces, aún degradados, se reintegran con otros roles a la nueva formación social emergente (castillos medievales, palacios renacentistas, fuertes, templos, etc.).

8.- REGION Y ESTRUCTURA REGIONAL.

                                                         Los procesos de diferenciación de la actividad productiva en el espacio dan lugar a la aparición de formas de organización de la producción particulares, constituídas por conjuntos relativamente homogéneos de relaciones sociales de producción, localizados, asociados a un tipo específico de producción, sea éste agrario, industrial, forestal o minero que se cumple acorde con un dado patrón de división social territorial del trabajo. Derivan su carácter general de algún modo de producción dominante o subordinado, pero se especifican en el tiempo y en el espacio según las cambiantes circunstancias históricas y naturales. El entrelazamiento de una o más de estas formas de organización de la producción con elementos superestructurales de diverso orden (etno-históricos, lingüísticos, políticos, etc.) da lugar a la formación de regiones. Estas constituyen un elemento complejo de la estructura espacial de la sociedad humana, en la que el proceso de división del trabajo ha ido imponiendo ciertos rasgos que las diferencian de otras regiones, tanto por las especiales condiciones presentes en su génesis y en lo desigual de su desarrollo, como por las modalidades que asume en ellas la actividad productiva caracterizada por las relaciones sociales de producción y por el nivel logrado por las fuerzas productivas.

                                                         La escueta reseña que hemos hecho de las distintas concepciones de espacio, podría reiterarse ahora para el caso de la región teniendo en cuenta, sobre todo, la afinidad entre ambas nociones y su comunidad de origen disciplinario. Lo evidente es que no existe al momento una teoría general de las regiones; por el contrario, su propia noción es altamente controvertida, a pesar de que tanto en el lenguaje cotidiano como en el terreno de la geografía, fundamentalmente, su uso tiene larga data, ya que a partir del siglo XIX su empleo académico ya resultaba corriente, sobre todo a partir de los estudios de Alexander von Humbolt (1769-1859) y de Carl Ritter (1779-1859).

                                                         Los distintos significados surgidos de los propios desarrollos teóricos que caracterizan a varias disciplinas han pasado a consagrarse como diferentes tipos de regiones, con lo cual, actualmente no se cuenta con un concepto unívoco, sino con una multiplicidad de significados que hacen referencia a realidades diferentes.

                                                         Una de las nociones que, a menudo, se asocia con la de región es la de paisaje, que parece representar su ascendiente en línea directa. El tipo de determinación que vincula a ambas se relaciona con el principio de homogeneidad, homogeneidad interna de determinados espacios basada en la similitud de sus caracteres dominantes. En este sentido, una cierta homogeneidad de rasgos exclusivamente físicos permite definir y delimitar regiones naturales.

                                                         Sin embargo, todas las tentativas por construir una geografía basada en el estudio de las regiones naturales, definidas en términos de aquellos factores que constituyen el marco de la actividad humana, han resultado infructuosos. Más aún, la distinción dentro del campo de la geografía entre el paisaje natural y el paisaje humanizado ha derivado en la tradicional separación entre las ramas física y humana (económica) de esta disciplina y, con él se consagra una dualidad metodológica que ha traído disputas, controversias y equívocos con relación a su verdadero objeto científico. La adopción de uno “restringe el campo de las investigaciones y transforma a la geografía en un conjunto de ciencias especializadas en torno a las cuales crece la suspicacia de si no constituyen meramente ramas de otras ciencias no geográficas”. La asunción del otro “exige un conocimiento enciclopédico y una aptitud para la síntesis que tiende a limitarse a la mera descripción de la realidad, lo que hace dudar del carácter científico de la geografía” (21).

                                                         El tránsito de la noción de paisaje a la de región pareció practicable en ciertos momentos, pero ha traído una serie de dificultades entre las cuales, y no la menor, ha sido el subjetivismo, sobre todo, cuando se trata de juzgar el rol que cumplen ciertos elementos naturales como delineadores de los ámbitos regionales. Usualmente la delimitación tiene como propósito servir exclusivamente para establecer un marco al estudio de un contenido y luego es desechado, con lo cual los límites regionales pierden su sentido original y con ello la misma noción de región. No obstante, este tránsito resulta plausible, a pesar de todo, cuando los caracteres distintivos se apoyan en el principio de homogeneidad, pero deja de serlo cuando entran a jugar los elementos de interdependencia entre asentamientos y de diferenciación regional basados en los roles propios de cada uno de ellos. Nuevamente quedan  demostradas aquí las limitaciones de la concepción del espacio centrada en uno de los momentos de la actividad práctica del hombre.

                                                         Si se desecha el principio de homogeneidad para aceptar el de funcionalidad, que abre el  camino hacia otra concepción del espacio caracterizada por complejas mallas de interrelaciones humanas (económicas), cuya expresión es la región nodal, funcional o polarizada, es reiterar la inconsistencia ya señalada al tratar del espacio. Si bien el concepto de región es extraño a la economía política, a partir de Johann Heinrich von Thünen (1783-1850), pasando por Walter Christaller (1893-1969) y August Lösch (1906-1945) cuyas contribuciones van conformando una rama separada de esta disciplina, el principio de nodalidad se constituye en elemento esencial de los sistemas teóricos de organización espacial que se han formulado. Por supuesto, el espacio concreto queda ausente y solo se intenta reintegrar con posterioridad, aunque sin éxito, los elementos diferenciados del medio natural, cuando se hace evidente que éstos logran distorsionar el modelo ideal.

                                                         Sobre la base del principio económico se pretende hacer inteligibles el paisaje de las ciudades y de las áreas rurales sujetas a su influencia, el de los nodos y circuitos de transporte y aún, el complejo conjunto de los restantes datos de carácter humano y natural. A pesar de que la virtud esencial de este enfoque reside en el hecho de suponer que las relaciones económicas constituyen un verdadero elemento ordenador del espacio, particularmente en el plano de la región, su concepción se mantiene puramente formal, adoleciendo también del defecto típico de la economía política: el de ser a-histórica.

                                                         En el ámbito del pensamiento burgués el abandono del principio de homogeneidad como único criterio de delimitación regional, significó un acercamiento entre las proposiciones de la geografía y de la economía espacial,  pero, al mismo tiempo, una caída en el subjetivismo. Es decir, la pérdida de homogeneidad -de hecho y hasta cierto punto, del espacio natural- conlleva la pérdida de la región como hecho objetivo. Sin embargo, es preciso reconocer que algunas contribuciones han permitido hacer resaltar la importancia de las relaciones, no solo económicas, sino tambien políticas, que constituyen otra de las claves para lograr entender el proceso de formación regional como un proceso objetivo (22).

                                                         La tendencia hacia el subjetivismo es particularmente notoria en el campo de la geografía oficial norteamericana: la región “debe ser considerada como un artificio para seleccionar y estudiar los agrupamientos superficiales de los complejos fenómenos que aparecen sobre la tierra (23); ella constituye una construcción intelectual designada para facilitar el trabajo del investigador o del docente ya que “una región no es un objeto, sea autodeterminado o dado naturalmente”(24). “Es un concepto intelectual, una entidad a los propósitos del pensamiento, creado mediante la selección de ciertos caracteres que resultan relevantes para el interés del investigador a los efectos del problema regional y soslayando todos los otros rasgos que son considerados irrelevantes” (25). Asumir esta postura implica negar la existencia objetiva de la región, su existencia como entidad ajena a nuestra conciencia y a nuestra voluntad y, por otra parte, considerar que la delimitación territorial en regiones constituye un procedimiento geográfico utilizado “ad usum Delphini”, solo a los efectos de definir un área para estudiar su contenido, para establecer el patrón de organización espacial del área elejida. En tal sentido, la región queda cuicunscripta a una hipótesis de trabajo.

                                                         Debe aceptarse la simple evidencia que los fenómenos de polarización ocurren en la práctica, pero lo que parece menos pertinente es sostener que este principio se erija en el único elemento definitorio de la región, ya que no es menos cierto que los factores de homogeneidad -diferencias y similitudes de los geógrafos humanos- aún perduran, sobre todo en las áreas rurales y aún en las urbanas. Por lo tanto, en tren de establecer sobre bases más firmes el concepto de región parece prudente, en principio, no rechazar las particularidades de homogeneidad y nodalidad, elementos constituyentes, sino lograr una síntesis superior, similar a la que propusimos para el caso del espacio.

                                                         De lo que se trata es de recuperar la objetividad de la región, considerándola como una porción territorial concreta de una dada formación social histórica, sobre la cual una parte de la sociedad tiene establecido su asiento y ejerce su práctica. Nuestra propuesta implica rechazar de plano el principio por el cual la región  constituye una construcción intelectual, arbitraria y formal,  una manera sistemática de organizar y arreglar el amplio conjunto de datos fácticos dispersos, desarticulados, relativos a la localización de las fuerzas productivas en un dado territorio, solo con miras a facilitar la práctica docente o la investigación.

                                                         Reconocer su objetividad implica, asimismo, reconocer su carácter histórico, mudable, el hecho de que dentro de ella se fué constituyendo una unidad económica, cualitativamente diferente de las otras. Significa reconocer que existen leyes objetivas relativas a su origen, formación y desarrollo, que pueden ser estudiadas y definidas con mayor o menor precisión y que permiten establecer sus límites y, eventualmente servir para la regulación de su futuro desenvolvimiento.

                                                         La región resulta, así entendida, un producto de la división social territorial del trabajo que también dió lugar a la formación de los asentamientos humanos que actualmente se articulan dentro de la misma; proceso que, por otra parte,  fuera asignando roles a diferentes áreas de la formación social histórica y que, para ejercerlos, se debió organizar cierto tipo de relaciones sociales de producción y contar con una masa de fuerzas productivas que asegurara el cumplimiento de esos cometidos, así como los mecanismos de control implantados para regular todo el proceso.

                                                         La región posee una forma y un contenido. Es a  la vez un conjunto orgánico de relaciones sociales y una porción del espacio construído y utilizado por la sociedad humana que lo ocupa. Posee un factor constructivo: el que constituye la base económica y tambien una superestructura propia, aunque a veces difícil de percibir, de ambigua personificación, así como un elemento secundario y derivado: los patrones de usos del espacio que constituyen su formación espacial. Resulta imposible separar el contenido social de la región de su forma material puesta de manifiesto por las consecuencias de la ocupación humana del territorio. Al mismo tiempo que totalidad, resulta un elemento compuesto de la estructura regional integral de una dada formación social histórica, o del sistema nacional de regiones.

                                                         En definitiva, toda teoría general de las estructuras territoriales y de las regiones, en particular, debe partir del análisis del proceso conflictivo de la formación y desarrollo de la división social territorial del trabajo que fué definiendo especializaciones, asignando roles y generando contradicciones sancionadas y legitimadas por los aparatos políticos, jurídicos e ideológicos, y alterados por el resultado transitorio de la lucha de clases



                                                                              NOTAS

         (1)     RATZEL,  Friedrich, Anthropogeographie (1882-1891); Politische Geographie (1897).
(2)     JULLIARD, E. “La Región: ensayo de definición”, Annales de Géographie nr. 387 pp. 483-499, Paris, sept.oct. 1962, traducción de C.R. Martinez y R.O.A. Manoiloff, Universidad Nacional del Nordeste.
(3)     DUMONT, F. La Dialéctica del Objeto Económico, Ediciones Península, Barcelona, 1971, p.101.
(4)     VIDAL DE LA BLANCHE (1845-1918),  Tableau de la Géographie de la France (1903); Principios de Geografía Humana (1922) editado póstumamente por Emmanuel de la Martonne.
(5)     LUTGENS, Rudolf, Los Fundamentos Geográficos y los Problemas de la Vida Económica, Omega, Barcelona, 1954, p.5
(6)     DOZO, S.R.M.-GARCIA FIRBEDA, Miguel, Tratado de Geografía Económica (primera parte), Ediciones Macchi, Buenos Aires, 1972, p.37.
(7)     Cf. CARROTHERS, G.A.P., “An historical review of the gravity and potential concepts of human interaction”, Journal of the American Institute of Planners, 1956.
(8)     CASTELLS, Manuel,  La Cuestión Urbana, Siglo XXI Argentina, Buenos Aires, 1974.
(9)     OLIVEIRA, Francisco de, Acumulaçao Monopolista, Estado e Urbanizaçao: A Nova Qualidade do Conflicto de Classes, en: Contradiçoes e Movimentos Sociais, Río de Janeiro, CEDEC, Paz e Terra, 1978.
(10) VICENS VIVES, Jaume,  Tratado General de Geopolítica, Editorial Vicens-Vives, Barcelona, 1972.
(11) LACOSTE, Yves, La Géographie, ça sert, d'abord à faire la guerre, Paris, 1976.
(12) MARX, Karl, La Ideología Alemana, Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo, 1971.
(13) MARX, Karl, op. cit.
(14) CASTELLS, Manuel, op. cit.
(15) KORSCH, Karl, Karl Marx, Editorial Ariel, Barcelona, 1975.
(16) MALISZ, Boleslaw,  La Formation des Systèmes d'Habitat, Dunod, Paris, 1972
(17) Nos referimos a las necesidades básicas que hacen a la reproducción dse la existencia humana, ubicada históricamente, dado que el desarrollo desigual de las sociedades hace crecer la diferenciación entre las necesidades presentes y su satisfacción.
(18) DUMONT, F. op. cit. p. 110.
(19) KOMAR, J.V. “La regionalización económica en países en desarrollo”, Departamento de Planeamiento, Facultad de Ingeniería, Vivienda y Planeamiento, Universidad Nacional del Nordeste, tomado de: Regionalization et Développement, Colloques Internationaux du Centre National de la Recherche Cientifique, Paris, 1968.
(20) ROFMAN, Alejandro B., Dependencia, Estructura de Poder y Formación Regional en América Latina, Siglo XXI Argentina Editores, Buenos Aires, 1974.
(21) SORRE, Max, Rencontres de la Géographie et de la Sociologie, Librairie Marcel Rivière, Paris, 1957, p. 33.
(22) BOGUE, D.J.  reconoce que “la comunidad metropolitana, en tanto región nodal, se define como una organización de numerosas comunidades subdominantes, influyentes y subinfluyentes, distribídas según un modelo definido alrededor de una ciudad dominante, y mantenidas unidas en una división territorial del trabajo a través de una dependencia de las actividades de la ciudad dominante”,  en:  The Structure of the Metropolitan Community, Ann Harbor, Michigan, 1949. Tambien McKENZIE, R.D. The Metropolitan Communit. Recent Social Trends Monographs, New York-London, 1933.
(23) WHITTLESEY, D. en un trabajo colectivo titulado American Geography. Inventory and Prospect, Syracuse, 1954
(24) JAMES, Preston E. op. cit.
(25) ISARD, Walter, “Regional Science, the concept of Region and Regional Structure”, Papers and Proceedings of the Regional Science Association, vol II, 1956 pp. 13/21.


   Amsterdam 1986




Artículos publicados en tono a este tema:

      “Formación social y formación espacial: hacia una dialéctica de los asentamientos humanos”. Estudios Sociales Centroamericanos, San José de Costa Rica, nr. 17,  mayo-agosto 1977 pp. 147-171.
     
“Análisis de las estructuras territoriales agrarias: una nota metodológica”. Revista Paraguaya de Sociología, año 12 nr. 34 set-dic 1975, pp.53-63.
     
      “Teoría de las formaciones espaciales: un aporte metodológico”. Cuadernos ESIN nr. 6 “Sociedad”, Instituto Para el Nuevo Chile, Rotterdam, 1982.




Extraido de Liberali, Ana y Omar Gejo (directores) (2009) La Argentina como Geografía. Políticas Macroeconómicas y Sistema Regional (1990-2005). Universidad Nacional de Mar del Plata. Centro de Estudios Alexander von Humboldt. Unión Geográfica de América Latina. Red Latinoamericana de Estudios Geográficos de la UGI. Buenos Aires. ISBN 978-987-97685-3-2; pp. 27-58.

No hay comentarios:

Publicar un comentario